La guerra ha dejado solo muerte y devastación a su paso, el hambre y las enfermedades son la rutina diaria de la mayoría de la población; la magia y la nobleza de sangre que alguna vez existió se ha perdido poco a poco.
 
La avaricia de algunos y la codicia de muchos otros fue el detonante perfecto para desatar una guerra de casi 50 años, fue suficiente con que algo que parecía ser una acción noble se convirtiera en la espada que cubriría todo de sangre a su paso.
 
Antes de que todo se tornara en muerte y desolación, el mundo estaba dividido en 5 grandes reinos y varias pequeñas y grandes ciudades alrededor.
Cada lugar contaba con sus propios recursos, creencias y forma de vida, algunos de ellos prosperaban hermosamente y en tranquilidad, mientras que muchos otros día a día se hundían en el hambre y el desorden que esta traía al intentar buscar un poco de alimento.
 
En una de las pequeñas ciudades cercanas a un gran reino, una enfermedad azoto con tan rigor que la mayoría de sus habitantes perecieron por ella, mientras el reino vecino simplemente cerró sus puertas e ignoro las suplicas de ayuda de todo aquel que pedía un poco de alimento o ayúdame médica.
Un hombre desesperado al ver morir a su esposa y a su hija por la peste y el hambre se armó de valor y reunió a todo aquel capaz de sostener un arma entre sus manos; con pasos firmes y una determinación nada propia de alguien hambriento y cuerpo frágil, lograron traspasar las puertas del reino y robar la poca comida que se encontraba cercana a la entrada y que seguramente sería de esos pobres guardias que no superaban ni la mayoría de edad y ya portaban armadura y armas.
 
Con la poca comida que lograron conseguir, todos esos hombres fueron hasta su ciudad y comenzaron a repartir todo lo obtenido entre los pequeños más hambrientos, por fortuna en ese pequeño enfrentamiento apenas y se había derramado algo de sangre, al parecer el monarca del reino no temía a plebeyos como ellos y su seguridad era bastante mala.
Por desgracia, lo que parecía ser una oportunidad para comer, se tornó en un sinfín de gritos de dolor y desesperación al ver llegar la guardia real que protegía el reino que acaban de robar y sin medir palabra alguna comenzar a traspasar y cortar la carne de todo aquel sé que atravesaba en su camino dejando solo un cuerpo inerte en el suelo.
 
El hombre que antes había alentado a los hombres a pelear, ahora solo podía ver como uno a uno caía muerto hasta que llego su turno y su cabeza fue separada de su cuerpo rondando a pocos metros y quedando con sus ojos abiertos.
 
Toda la ciudad fue destruida y quemada hasta sus cenizas, algunos cuerpos fueron atravesados con grandes estacas de madera y colocados en la entrada de la ciudad como una advertencia de lo que pasaba con aquellos que se atrevían a atentar contra el reino de Adayeba.
 
Cada gran reino poseía un linaje de sangre único y especial que volvía a sus monarcas privilegiados;
 
Adayeba.-  Descendientes del gran dios Oorun y con la capacidad de sanación perfecta, podían salir heridos pero su cuerpo era capaz de regenerarse en cuestión de minutos u horas, incluso si alguna de sus extremosidades era mutilada, esta podía volver a regenerase en solo un par de días.
 
Alaworan.- Descendientes del dios Idan y los únicos con la habilidad de controlar la magia de la naturaleza, aunque sus poderes se basaban en manipular todo lo natural a su alrededor, algunos de sus miembros eran increíblemente habililes en combate.
 
Awön.- Descendientes del dios Ogbon poseen la inteligencia y sabiduría de sus antepasados en cada una de sus memorias. El conocimiento es su arma más poderosa y son capaces de aplicarlo en diferentes ramas como; medicina, ingeniería, armamento, etc…
Ifëe.-  Descendientes de la diosa Ololufe Son los únicos que en verdad aprecian la vida de cada ser viviente, su linaje es el más fértil y próspero de todos, tienes la habilidad de la sanación; solo un toque de sus manos y pueden curar heridas superficiales o profundas.
 
Ogunros.- Descendientes del dios Awọn alagbara poseen la fuerza física que ningún otro posee, en su mayoría todos sus descendientes son guerreros y los más diestros en combate. Aunque su vida esté a punto de extinguirse, un descendiente de Ogunros dará su último suspiro blandiendo su arma y apuntándola hacia su enemigo.
 
Mientras la peste seguía su curso y comenzaba a devastar más ciudades cercanas, los rumores de lo que había pasado con la primera ciudad que se atrevió a rebelarse contra uno de los cinco grandes reinos se esparció aún más rápidamente que la propia enfermedad.
 
Pronto cada habitante comenzaba a cuestionarse como es que Adayeba podía gozar de frutas y carne fresca cada día mientras ellos mendigaban un trozo de pan, como ellos podían tener médicos entrenados y dispuestos para cada habitante de ese reino y ellos morían fácilmente por esa maldita enfermedad.
Siguiendo el ejemplo de aquellos primeros hombres e ignorando la advertencia que dejo ver la ciudad en cenizas y a todos muertos, más hombres empuñaron sus armas y comenzaron a organizarse con las ciudades y pueblos más cercanos, no morirían con los brazos cruzados, pelearían por al menos buscar alimento para sus familias.
 
Los primeros enfrentamientos fueron un completo fracaso, Adayeba ya no era el mismo reino que no protegía sus muros, esta vez todo su ejército estaba al cuidado de que ningún aldeano externo entrara a su territorio asesinándolo en el momento en que se atrevían a acercase.
 
Entre la peste y la confrontación, miles de vidas comenzaban a perderse, pero también una rebelión se levantaba más firme y decidida a entrar y saquear un reino que consideraban injusto y cruel.
 
Luego de solo algunos años, un grupo de hombres fue lo suficientemente fuerte y organizado para poder traspasar la gran defensa del reino y llegar hasta sus habitantes, tal y como lo habían hecho con ellos, mataron a cada ciudadano que encontraban en su camino, todas esas personas que encontraban vestían con ropas de seda y algodón, mientras que ellos apenas traían arrapos rígidos que lastimaban su piel con cada movimiento –“Eso era completamente injusto”-
 
La sangre comenzó a cubrir el pasto fresco que tapizaba sus calles para luego perderse con el lodo y la carne de los muertos que dejaban a su paso.
 
Durante siglos ninguna guerra y disturbio se había presentado en el reino de Adayeba, aunque su ejército estaba entrenado, la realidad es que nunca habían necesito pelear en serio y eso solo logro que sus defensas fueran ineficaces ante una horda de aldeanos enfurecidos que devasto todo a su paso.
 
La familia real fue la última en caer, la reina intento persuadir a los aldeanos y pidió misericordia por sus hijos y esposo enfermo, pero todo fue en vano; una espada atravesó su pecho a la vez que sus pequeños hijos eran sometidos y descuartizados por todos.
El rey enfermo y en cama intento ayudar a su familia, pero todo fue imposible al ver como todos eran llevados fuera de las paredes del palacio y comenzaban a quemar sus cuerpos; tal vez eran buenos para regenerar sus cuerpos, pero si eran reducidos a cenizas ni ellos mismos podrían volver a curarse.
 
Después de toda la masacre, cada aldeano se dedicó a saquear cada lugar posible llevándose con ellos todas las riquezas que encontraron y apoderándose del lugar por completo; simplemente amontonaron los cuerpos de los muertos y prendieron fuego hasta que se decidieron del último rastro del gran reino de Adayeba.
 
En tan solo 15 años el mismo ejercito de aldeanos que se había formado para destruir el reino de los descendientes de Oorun se fortaleció y decidió atacar a un nuevo reino, aunque Adayeba contaba con enormes riquezas y recursos naturales, estos comenzaban a escasear rápidamente y el hambre amenazaba con volver a golpearlos de nuevo, así que sin pensarlo demasiado se apresuraron al reino más cercano, reuniendo a todo aquel que quisiera unírseles en el camino, encontrando una gran cantidad de personas que emocionadas por ver como un reino era fácil de derrocar decidieron hacer lo mismo con otro más.
 
El reino de Alaworan era el más próximo a Adayeba, pero aun así el poder llegar a el costo un par de meses en camino dejando bajas las energías del enorme grupo de aldeanos que se dirigía hacia el.
A diferencia de los hijos de Oorun, Alaworan no poseía un gran número de guerreros que los protegiera, pero en cambio su reino era una competa fortaleza natural; rodeado de grandes montañas y rápidos ríos que imposibilitaban cruzar en ellos, hacían que el reino fuera prácticamente imposible de penetrar.
 
Sabiendo lo que había pasado en el reino de Adayeba, la monarquía de los hijos de Idan habían reforzado sus barreras naturales y haciendo aún más complicado el llegar a ellos de lo que ya era; entrenando algunos guerreros y esperando por lo peor vieron como todo ese ejercito de hombres y mujeres intentaba una y otra vez llegar a ellos sin conseguirlo.
 
 
Tuvieron que pasar cerca de 15 años más para que al fin las fuerzas y numero de aldeanos fuera el suficiente para crear un puente a través de los ríos que resguardaban Alaworan y así poder cruzar sin problemas.
 
Las montañas y los ríos estaban siendo atravesados uno a uno, hasta que el reino podía verse majestuosamente y con el, toda la grandeza de sus grandes plantaciones de diferentes frutas, verduras y sus manantiales cristalinos.
 
A diferencia del primer reino, este era mucho más grande en extensión, y sus habitantes mucho más débiles físicamente, incluso sus guerreros, aunque más diestros era claramente inexpertos en combate.
 
Sin vacilaciones y con paso firme, el ejército rebelde comenzó a entrar al reino matando y aprovechando la oportunidad de violar algunas de las jóvenes doncellas que tenían la desgracia de encontrar.
 
Uno de los descendientes de Idan se atrevió a enfrentar al ejército invasor y logro terminar con la vida de muchos de ellos junto a su propio ejército, dando tiempo de que su familia y algunos de los aldeanos de su pueblo escaparan y encontraran refugio en las montañas, escapando así al menos por el momento de la muerte.
 
Cuando Alaworan cayó al fin y lo rebeldes pudieron hacerse del reino, un grito de euforia y victoria se dejó escuchar a la vez que cortaban la cabeza de ese molesto hombre que antes le había dado tantos problemas, y que seguramente era parte de la realeza.
 
—Nuestro reino jamás será suyo — Una voz femenina resonó más fuerte que los gritos y risas de los invasores, haciendo que su mirada fuera a dar hacia uno de los puntos más altos de ese reino. Justo en la entrada de lo que parecía ser el palacio real de ese lugar, una mujer vestida con ropas elegantes y mirada feroz miraba como su esposo era asesinado sin piedad. Aun cuando tuvo la oportunidad de escapar decidió regresar, no permitiría que su reino se perdiera así mientras ella corría, y menos dejando a su esposo atrás de esa forma. —Alaworan no caerá de esta forma ante ustedes —
 
Alzando sus manos y dejando ver un aura azul a su alrededor, la mujer miro furiosa a todos los que se habían atrevido a invadir su hogar, para luego recitar algunas palabras incomprensibles y ver como toda la antes verde y frondosa vegetación comenzaba a marchitarse hasta quedar solo un color marrón y oscuro, los manantiales rápidamente dejaban de fluir agua y los ríos que antes era una barrera natural se volvían en aguas pestilentes y lodosas.
Todas las grandezas y maravillas del reino se consumían tan rápidamente como sus habitantes habían sido asesinados. Lo que antes fue un próspero reino ahora se volvía no más que un desierto árido y carente de vida.
—Púdranse junto a nosotros— Con una mueca similar a una sonrisa, la mujer saco de entre sus ropas una pequeña daga y corto su cuello antes de que algunos de los rebeldes llegasen hasta ella.
 
Los años invertidos en tratar de entrar a ese reino, las miles de muertes que ocurrieron… Todo se había perdido en un momento. Las pantanosas aguas de los lagos se extendían y comenzaban a hundir los puentes, ahora era imposible cruzarlos y salir de ese lugar; Alaworan se había convertido en una prisión y cementerio para no solo sus habitantes, sino también para sus invasores que perecieron de hambre y sed en cuestión de días sin poder abandonar el reino que tanto empeño pusieron en conquistar.
 
Aunque el ejército rebelde había perecido en su mayoría, las leyendas y rumores de sus logos se había extendido y logrado que más personas desearan poder conquistar un reino y con el todas sus riquezas, haciendo que las grandes ciudades se unieran y comenzaran a formar un nuevo ejército capaz de conquistar los tres reinos restantes.
 
Entre saqueos y peleas, las grandes ciudades se apropiaron de los pequeños pueblos que aún se resistían a unirse a su guerra.
El reino de Ifëe desapareció sin que fuera atacado, simplemente en cuestión de meses todos sus habitantes abandonaron el reino y todo a su paso. La familia real también se esfumo como si nunca hubiera existido dejando un reino abandonado y sin ningún rastro de que antes hubieran existido habitantes ahí.
 
Awön y Ogunros se vieron forzados a cerrar sus fronteras y asegurar sus reinos, esta vez ningún extraño podía siquiera pensar en entrar a alguno de estos reinos, aprendiendo de sus otros dos hermanos, no solo esperaron a que fueran atacados para defenderse, sino que también fueron capaces de organizarse y atacar a las florecientes tropas rebeldes, acabando con un gran número de ellos tan pronto como sus tropas tomaban fuerza y así no dejar que se fortalecieran en ningún momento.
 
En cuestión de solo un par de años, la guerra estaba consumiendo todo; los rebeldes saqueaban para tener provisiones para sus guerreros y en el camino olvidaban porque es que se suponía todo ese movimiento había comenzado en primer lugar, ya no importaba matar a los mismos aldeanos que supuestamente deseaban cuidar con tal de tener alimento o un momento de placer con alguna inocente joven.
 
Ahora solo quedaban algunas ciudades estables, pero que igual sufrían los estragos de verse en medio de un combate que pareciera solo deseaban acabar uno con el otro.